Las hermanas Martín Gaite
Los intereses literarios de Carmen Martín Gaite (1925-2000) fueron múltiples y se desplegaron en varias direcciones, desde los géneros literarios consabidos (cuento, novela, poesía, teatro, ensayo) a ese híbrido llamado Cuaderno de todo, desde la investigación histórica al periodismo, desde la traducción a las adaptaciones teatrales de los clásicos. La producción de Carmen Martín Gaite es un tejido unitario y coherente donde todos los géneros se interfieren y confluyen, se encabalgan y superponen, como han demostrado sus Obras completas. De ese tejido entrelazado yo destacaría su capacidad de convertir cualquier asunto en narración. Todo para ella era un cuento que tenía que estar bien contado: las lecturas, la política, el amor, la vida propia y ajena, la historia.
Su trayectoria intelectual es un paradigma de lo que podríamos denominar «mujer de letras». No encuentro otro caso de escritora con mayor heterogeneidad de intereses intelectuales en la cultura española del pasado siglo. El marco de referencia de su mundo literario se ordenó a través de una categoría cognitiva y retórica llamada experiencia. Hasta en sus trabajos de investigación histórica o de crítica literaria tuvo la necesidad de detallarnos las distintas fases de su particular relación con el personaje retratado, con la época objeto de estudio o con el libro reseñado. Su poética es comunicativa y afectiva por la presencia del lector, a quien se pretende embarcar en el trayecto y, desde luego, interlocución y afectos eran términos con muy mala prensa entre los grandes iconos masculinos de su generación, ya fueran los rebeldes sociales, ya los estéticos. Hacer literatura era también para ella un gesto afectivo, presuponía la presencia del otro, siempre había un destinatario. Entendió que la verdad artística es una representación compartida y que la literatura era todo lo contrario al discurso de los locos o los vanidosos.
Entre sus principales títulos destaco Entre visillos (1958), Ritmo lento (1963), El proceso de Macanaz (1969), La búsqueda de interlocutor (1973), Retahílas (1974), El cuarto de atrás (1978), El cuento de nunca acabar (1983), Usos amorosos de la postguerra española (1987), Caperucita en Manhattan (1990) o Nubosidad variable (1992).
“Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano”, escribía Carmen Martín Gaite en la dedicatoria que abre su primera novela, Entre visillos. Ana María Martín Gaite (1924-2019) fue otra “chica rara” que supo reírse y poner en cuestión todas esas ceremonias y convenciones de clase media para las jovencitas casaderas durante el primer franquismo. Ambas hermanas se educaron en casa con profesores particulares, porque su padre, de rara estirpe liberal, no era partidario de los colegios de monjas. Poco antes de empezar la guerra civil, Ana María fue enviada al Instituto-Escuela de Madrid para iniciar el bachillerato, proyecto interrumpido tras las largas vacaciones de 1936. Algunas muestras de sus redacciones escolares se mencionan en la obra de su hermana, como el capítulo de El cuento de nunca acabar, “Los toros de Guisando”. La capacidad de narración oral y el poder de rectificación del sentido del humor fueron cualidades de las hermanas Martín Gaite que heredaron de su padre. Ana María trabajó como lectora de español en la sede de Ginebra de las Naciones Unidas.
La relación entre Ana María y Carmen fue siempre independiente y bilateral, propia de dos seres muy distintos y autónomos. Esta bilateralidad queda escenificada en los espacios comunes que ambas compartieron, como la finca de El Boalo, en la que cada una ocupó, tras la muerte de sus padres, una planta con salidas y entradas independientes. Por su forma de comportarse el padre las distinguió como Marta y María. Ana se ocupó de los asuntos domésticos, de arreglar torcidos y sortear obstáculos. A pesar de esta independencia y diferencia de carácter las dos hermanas se apoyaron en los momentos críticos. Ana María la alentó en la redacción final de Entre visillos, cuando Carmiña no sabía si continuar o romper lo escrito. Y tras la muerte de su sobrina Marta, el momento más crítico de la vida de Carmen, se sintieron profundamente próximas ante el desconsuelo y el vértigo que significaba para ambas el ser fin de raza.
A veces pienso que tampoco fue fácil para Ana María ser la hermana soltera de la reconocida escritora Carmen Martín Gaite. Desde la muerte de Carmen, en julio de 2000, se encontró con la responsabilidad de cuidar su legado y lo consiguió: Los parentescos, Cuadernos de todo, Pido la palabra, Visión de Nueva York, Tirando del hilo, El libro de la fiebre y la edición de sus Obras completas fueron títulos inéditos y compilaciones que ella impulsó y han permitido un mayor conocimiento de la obra de Carmen, cuyo Archivo está depositado y a disposición del investigador en la Biblioteca de Castilla y León. En los últimos años, concentró todos sus esfuerzos en la creación de la Fundación Martín Gaite. Centro de Estudios de los años 50, sita en la finca familiar de El Boalo, con el fin de organizar actividades en torno a la cultura española del medio siglo.
Para la figura tutelar de Carmen y Ana María Martín Gaite vaya nuestro profundo agradecimiento por todas las historias que nos legaron de viva voz y por escrito sobre la España de 1950. Para todos aquellos que somos hijos de esa generación se ha convertido en un deber de memoria amorosa entender aquella historia: sin ella, ningún hijo jamás podrá existir, ni recordar, ni siquiera olvidar.
José Teruel

Más información sobre la obra y biografía de Carmen Martín Gaite en:
www.archivomartingaite.es